Según cuenta la historia, una
noche de niebla, en las calles de una Madrid que palpitaba el acecho golpista
de Franco, el poeta Pablo Neruda encontró una perra vagabunda. Estaba herida. La
recogió e hizo que le aplicaran las primeras atenciones. Pero ante la inestable
residencia del poeta chileno, e inestable también él, fue su amigo y colega
Rafael Alberti quien la adoptó de manera definitiva: aquél se la regaló.
Junto a Niebla, que así fue bautizada, transcurriría buena parte de la guerra
civil para Alberti. Con ella, según relata, compartió la escasez y el
racionamiento.
Cuenta también la historia que transcurridos
dos años de los combates, en medio de asedio y penurias, Niebla fue trasladada
junto a la familia de Alberti a Castellón de las Armas, en Zaragoza. Pero
cuando la familia del poeta debió huir de ese lugar, en medio de un precipitado
traslado ante la avanzada franquista, la perra se extravió para siempre. “Cuando
mi suegra (la madre de María Teresa León) se fue para Valencia, el perro,
completamente desorientado, se quedó en medio de la carretera y pienso que
seguramente fue una de las víctimas del franquismo... (…) se veía entonces a
los perros corriendo completamente desorientados en la noche, entre las ruinas,
los escombros, escondiéndose de los soldados y Niebla, ese perro, mío, es
una estampa de los perros de Madrid".
Niebla y su historia fueron retratados
por Alberti, además de en reportajes o en sus memorias (La arboleda perdida),
en dos poemas. Uno dedicado en pleno combate, inmediatamente tras su pérdida. Otro
desde el exilio argentino, una década y media después.
Desde la Odisea, unos VIII siglos
antes de nuestra era, en la cual el perro Argos recibe y reconoce a Ulises a su
regreso, la amistad de los perros recorre una larga tradición en la literatura.
A veces innecesariamente opuesta a la lealtad humana en ponderaciones, lo cierto
es que la compañía de los perros junto a los hombres es parte de la poesía y de
la historia, porque lo es de la vida misma.
Acaso porque puede que no haya
nada más humano que la mirada de ciertos perros, incluso más que la de muchos
humanos; o porque su alegría o su lamento junto al nuestro pueden caminar
parejo, es que se han ganado un lugar de tan alta estima. Acaso por eso, cuenta
también la historia, que casi cincuenta años después de la guerra, la derrota y
el exilio, ya liquidada la dictadura franquista, en 1984 Alberti volvió a Castellón
de las Armas, y en sus calles buscó algún rastro de Niebla inútilmente.
(Y acaso por algo de todo esto,
tal vez, hablando de Niebla, el poeta hable de todos los perros que alguna vez se
acurrucaron junto a nuestro pecho y ahora pertenecen al infinito cosmos de lo
perdido.)
***
A Niebla, mi perro
Niebla, tú no comprendes: lo cantan tus orejas,
el tabaco inocente, tonto, de tu mirada,
los largos resplandores que por el monte dejas,
al saltar, rayo tierno de brizna despeinada.
Niebla, tú no comprendes: lo cantan tus orejas,
el tabaco inocente, tonto, de tu mirada,
los largos resplandores que por el monte dejas,
al saltar, rayo tierno de brizna despeinada.
Mira esos perros turbios, huérfanos, reservados,
que de improviso surgen de las rotas neblinas,
arrastrar en sus tímidos pasos desorientados
todo el terror reciente de su casa en ruinas.
que de improviso surgen de las rotas neblinas,
arrastrar en sus tímidos pasos desorientados
todo el terror reciente de su casa en ruinas.
A pesar de esos coches fugaces, sin cortejo,
que transportan la muerte en un cajón desnudo;
de ese niño que observa lo mismo que un festejo
la batalla en el aire, que asesinarle pudo;
a pesar del mejor compañero perdido,
de mi más que tristísima familia que no entiende
lo que yo más quisiera que hubiera comprendido,
y a pesar del amigo que deserta y nos vende;
Niebla, mi camarada,
aunque tú no lo sabes, nos queda todavía,
en medio de esta heroica pena bombardeada,
la fe, que es alegría, alegría, alegría.
que transportan la muerte en un cajón desnudo;
de ese niño que observa lo mismo que un festejo
la batalla en el aire, que asesinarle pudo;
a pesar del mejor compañero perdido,
de mi más que tristísima familia que no entiende
lo que yo más quisiera que hubiera comprendido,
y a pesar del amigo que deserta y nos vende;
Niebla, mi camarada,
aunque tú no lo sabes, nos queda todavía,
en medio de esta heroica pena bombardeada,
la fe, que es alegría, alegría, alegría.
Rafael
Alberti;
En
Capital de la gloria (1938)
***
Retornos
de Niebla en un día de sol
I
Perros,
dementes míos, dulces y hermanos, perros,
párvulos
imposibles de tontos y aplicados.
Hoy no
eres tú, Centella, andaluza y atlántica,
del colegio
y las horas hurtadas a la Física
o al
Latín, en dunas frente al mar y las piedras
de los
castillos. Hoy
no eres
tampoco tú, Yemi, la enceguecida
de
lagartos feroces entre los biselados
de la
sal, ni tampoco
aquel
Jazmín angélico, ni Tusca la misteriosa,
ni Muki
ni esos perros
que
desconozco pero sé que me buscan
sabiendo
que en la casa del buen poeta siempre
hay un
mantel y un plato junto al vaso de agua.
Bajo
este sol me irrumpe, como recién urdida
por la
punta fulmínea de un rayo, la más bella,
la más
valiente y grácil, lineal y armoniosa,
la que
llenó mis días peligrosos
las
cuevas sin sueño de mis noches terribles
con el
inmenso aroma de su flor plateada.
Vienes
herida, Niebla, de escombros y de hambre,
como un
pobre soldado herido que anduviera
anhelando
en sus ojos preguntar si la muerte
fue
leal con sus otros compañeros.
Déjame que
te limpie la sangre en estos bosques
y te
lleve despacio a ver el mar tranquilo.
II
Éste es
el mar que acaso tú no tuviste tiempo
de comprender.
Ahora
míralo,
Niebla, y húndete
en el
innumerable azul de su hermosura.
Levanta
tus orejas llovidas como hojas
y
escucha lo que quiero con amor responderte.
III
Habrás
pensado, Niebla,
que te
dejé olvidada
por
aquellas bahías y pueblos desventrados.
Que quise
que la muerte
con sus
negros retumbos
fuera
la imagen última
que
guardaran tus ojos solitarios al irme.
Habrás pensado,
Niebla,
que me
fui sin quedarme,
sin que
mi corazón corriera desolado
con las
puertas abiertas,
tundidas
por el viento,
repitiéndote
a gritos:
-Ésta
es tu casa, Niebla,
el hogar
que elegiste en una noche helada
para
hacerlo más dulce, más de flor, más de sueño.
Habrás
pensado, Niebla, que España se moría
con mi
desesperado, corporal abandono,
invadiendo
un nocturno funeral, un silencio
definitivo
todo lo que su ayer de sombras
y de
heroicos relámpagos
fue
creando su día,
su
anhelante mañana.
Habrás pensado,
Niebla,
lejos ya
de tus mares,
ya en
otros tristes y extranjeros kilómetros,
ignorando
en qué prados,
en qué
montes u orillas,
yacías
pobremente llorando por mi vuelta.
Habrás
pensado, amarga flor mía, habrás pensado,
y con
cuánta dolida razón, que mi memoria
te
perdía, cayéndose
tu
nombre fiel, tu puro
amor
con la caricia de otros amigos.
Pero
no, que aquí estás jubilosa a mi lado,
Niebla
de Sol y bosques,
viva en
mí para siempre,
junto a
la mar tranquila.
Rafael
Alberti;
En
Retornos de lo vivo lejano (1952)