lunes, 28 de marzo de 2016

Miguel Hernández, ruiseñor en la batalla






Un 28 de marzo, pero hace setenta y cuatro marzos, era sábado. Entonces, Josefina, su esposa, iba a visitarlo. Esa mañana, al acercarse al penal para intentar dejarle la comida, los guardias se la rechazan sin decirle palabra. La mujer no recibe comunicación alguna de los carceleros más allá de aquel gesto primitivo, sus miradas despectivas y su silencio. No hacía falta. Josefina, su compañera de siempre y madre de su pequeño hijo, se va sin pronunciar –tampoco ella– una sola palabra y habiendo entendido todo. Fue en la madrugada del 28 de marzo de 1942, a sus treinta y un años. El mundo estaba justamente preocupado por los millones de muertos y de bombas de la IIª Guerra Mundial como para detenerse a contemplar este otro crimen. Para Josefina, éste era el que importaba.

   No es difícil imaginar a la mujer con sus 26 años, pero aguerrida; viuda de un “rojo”, con un hijo a cargo y otro bajo la tierra; con hermanos menores de los cuales cuidar. No cuesta mucho pensarla marchando sombría entre la polvareda del camino, apretando todavía entre su mano y la falda la última nota del amado, de hacía un par de días: un papel ajado, sin fecha y de tres o cuatro líneas apenas; uno que no contiene un legado poético (ni versos para enamorados, ni canciones para combatientes). En su última carta, apenas un susurro escrito, el poeta pide con ternura y urgencia unas inyecciones, la medicina que el fascismo le negaba. Entre el dolor de su evitable agonía, el poeta no deja de enviar en su nota última besos para el hijo. 
   Hace stenta y cuatro años, entre el calabozo y la enfermería del "Reformatorio de Adultos" de Alicante, sin atención médica ni más medicina que la que lograba ingresar esforzadamente su esposa, moría Miguel Hernández. El soldado, el poeta. El ruiseñor cantando en la batalla.

***

[10]

La pena hace silbar, lo he comprobado,
cuando el que pena, pena malherido,
pena de desamparo desabrido,
pena de soledad de enamorado.

¿Qué ruy-señor amante no ha lanzado
pálido, fervoroso y afligido,
desde la ilustre soledad del nido
el amoroso silbo vulnerado?

¿Qué tórtola exquisita se resiste
ante el silencio crudo y favorable
a expresar su quebranto de viuda?

Silbo en mi soledad, pájaro triste,
con una devoción inagotable,
y me atiende la sierra siempre muda.

Miguel Hernández; 
de El silbo vulnerado (1933) 

***

ACEITUNEROS



Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.

Unidos al agua pura
y a los planetas unidos,
los tres dieron la hermosura
de los troncos retorcidos.

Levántate, olivo cano,
dijeron al pie del viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento.

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién
amamantó los olivos?

Vuestra sangre, vuestra vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la herida
generosa del sudor.

No la del terrateniente
que os sepultó en la pobreza,
que os pisoteó la frente,
que os redujo la cabeza.

Árboles que vuestro afán
consagró al centro del día
eran principio de un pan
que sólo el otro comía.

¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
pregunta mi alma: ¿de quién,
de quién son estos olivos?

Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.


Dentro de la claridad
del aceite y sus aromas,
indican tu libertad
la libertad de tus lomas.
 


Miguel Hernández; 
de Viento del pueblo (1937)


***

[17]

En este campo
estuvo el mar.
Alguna vez volverá.
Si alguna vez una gota
roza este campo, este campo
siente el recuerdo del mar.
Alguna vez volverá.


Miguel Hernández; 
de Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941)


***

[121]

Con dos años, dos flores
cumples ahora.
Dos alondras llenando
toda tu aurora.
Niño radiante:
va mi sangre contigo
siempre adelante.

Sangre mía, adelante,
no retrocedas.
La luz rueda en el mundo,
mientras tú ruedas.
Todo te mueve,
universo de un cuerpo
dorado y leve.

Herramienta es tu risa,
luz que proclama
la victoria del trigo
sobre la grama.
Ríe. Contigo
venceré siempre al tiempo
que es mi enemigo.



Miguel Hernández; 
de Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941)

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