Es sabido. Lo dijo un pensador,
que además de filósofo y teórico de la revolución social, fue poeta. Los pobres
no tenemos patria. Es así porque nos la han negado desde siempre.
O bien tenemos una que nos es
ajena.
Mi patria, por ejemplo, del tiro
de gracia. Mi patria de vaquitas de otros y de guachitos con anemia que toman leche
rebajada con agua. Mi patria de perros guardianes, desclasados, siempre con los dedos en la lata, siempre dándole al gatillo alegre, al decir de Walsh. La de funcionarios que instruyen y bendicen al sicario, y se persignan ante sus masacres cuando éstas escandalizan al electorado más de la cuenta.
La de 6.500 muertos por balas
policiales y estatales desde el regreso de una democracia raquítica, incompleta
por donde se mire, donde los ricos siguen teniendo derechos y el pueblo obligaciones, gobierne quien gobierne.
La que mata guachitos, en la que los pobres no tienen (como pensaba Anatole
France) siquiera la libertad de vivir bajo los puentes sin que hasta ahí los
persigan y los traten de quemar vivos.
La patria en que es posible que el matonaje policial corra a tiros a cinco pibes y pibas, masacre a cuatro, patee lejos y
desprolijamente las vainas de los proyectiles y amenace obscenamente a sus
familias para que no abran la boca.
Mi patria, también, alumbrada a
empujones y mil veces robada. La de los negros y negras, el mestizaje, la
indiada, el gaucho sin tierra, la peonada fusilada y deslomada por el yugo y el
rebenque. También la del pobrerío que se retoba. La de los ecos de las
revueltas populares, del barro sublevado. Patria que, como decía Julio Huasi,
será alguna vez alegría y nos verá vencer.
***
Guachito
Nadie le enseñó a la luna a deshacerse
en veintinueve noches y media,
ni a engordar después como un tazón de leche.
Y no hay nadie, acaso,
que se pregunte quién le enseñó a soñar a él.
Él sueña en la dársena del día
que una madre le acaricia el pelo mojado
(pero al despertar, allí no hay nadie);
sueña que lo tiene en su regazo alguien más que la
lluvia
(y que nadie lo ahuyenta de un umbral en madrugada).
(Su casa sin paredes es una vereda interminable,
su país son seis baldosas frías donde sueña
tapado con papeles)
¿Puede nacer
del hielo del rocío
un sueño hecho de brasas?
(Él sueña
que no fue en sus ojos
de guachito sin nadie de la mano
donde se inventó el espanto.)
Él sueña:
con un barco
de cáscara de pan,
y a bordo
surca las crines de la noche,
los mares donde encuentra
tesoros escondidos;
entonces, toma entre sus manos pequeñas y ajadas
y se la bebe, como un tazón de leche tibia,
a aquella gruesa y cruel
luna de junio.
Mariano Garrido – 24/05/2019