Valencia, España; julio de 1937. Los escritores en defensa de la cultura
y en contra del fascismo se reúnen en un congreso. Lo hacen en una
España bombardeada por los militares golpistas y por la aviación nazi,
aviación que dos meses antes arrasó Guernica masacrando cientos de
civiles.
En una ponencia colectiva, los escritores congregados en Valencia declaran:
“…Nosotros, jóvenes escritores, artistas y poetas, para conquistar esa
categoría humana a que aludimos, (…) declaramos aquí, en un Congreso de
Escritores precisamente, que como escritores y artistas y como hombres
jóvenes, luchamos, disciplinada, serena y altivamente, sin demagogia,
sin truculencia, allí donde el pueblo español nos diga. (…) Así, con una
responsabilidad serena y muy consciente y voluntaria disciplina,
queremos colaborar con nuestro pueblo a ganar la guerra, a conquistar
por ese único hecho, sólo y sencillamente: el hombre”.
Entre
quienes suscriben esa declaración se encuentra Miguel Hernández. Como
varios de sus compatriotas, sabrá sostener con su cuerpo aquellas
palabras.
(Fotografía: Miguel Hernández en el Congreso de Escritores Antifascistas; Valencia, 1937)
Viernes 3 de agosto, 18.30hs. Presentación de Miguel Hernández. Un ruiseñor en la batalla.
Av. Belgrano 2527. (CABA)
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LLAMO A LOS POETAS
Entre todos vosotros, con Vicente
Aleixandre
y con Pablo Neruda tomo silla en la
tierra:
tal vez porque he sentido su
corazón cercano
cerca de mí, casi rozando el mío.
Con ellos me he sentido más
arraigado y hondo,
y además menos solo. Ya vosotros
sabéis
lo solo que yo voy, por qué voy yo
tan solo.
Andando voy, tan solos yo y mi
sombra.
Alberti, Altolaguirre, Cernuda,
Prados, Garfias,
Machado, Juan Ramón, León Felipe,
Aparicio,
Oliver, Plaja, hablemos de aquello
a que aspiramos:
por lo que enloquecemos lentamente.
Hablemos del trabajo, del amor
sobre todo,
donde la telaraña y el alacrán no
habitan.
Hoy quiero abandonarme tratando con
vosotros
de la buena semilla de la tierra.
Dejemos el museo, la biblioteca, el
aula
sin emoción, sin tierra, glacial,
para otro tiempo.
Ya sé que en esos sitios tiritará
mañana
mi corazón helado en varios tomos.
Quitémonos el pavo real y
suficiente,
la palabra con toga, la pantera de
acechos.
Vamos a hablar del día, de la
emoción del día.
Abandonemos la solemnidad.
Así: sin esa barba postiza, ni esa
cita
que la insolencia pone bajo nuestra
nariz,
hablaremos unidos, comprendidos,
sentados,
de las cosas del mundo frente al
hombre.
Así descenderemos de nuestro
pedestal,
de nuestra pobre estatua. Y a
cantar entraremos
a una bodega, a un pecho, o al
fondo de la tierra,
sin el brillo del lente
polvoriento.
Ahí está Federico: sentémonos al
pie
de su herida, debajo del chorro
asesinado,
que quiero contener como si fuera
mío,
y salta, y no se acalla entre las
fuentes.
Siempre fuimos nosotros sembradores
de sangre.
Por eso nos sentimos semejantes del
trigo.
No reposamos nunca, y eso es lo que
hace el sol,
y la familia del enamorado.
Siendo de esa familia, somos la sal
del aire.
Tan sensibles al clima como la
misma sal,
una racha de otoño nos deja
moribundos
sobre la huella de los sepultados.
Eso sí: somos algo. Nuestros cinco
sentidos
en todo arraigan, piden posesión y
locura.
Agredimos al tiempo con la feliz
cigarra,
con el terrestre sueño que
alentamos.
Hablemos, Federico, Vicente, Pablo,
Antonio,
Luis, Juan Ramón, Emilio, Manolo,
Rafael,
Arturo, Pedro, Juan, Antonio, León
Felipe.
Hablemos sobre el vino y la
cosecha.
Si queréis, nadaremos antes en esa
alberca,
en ese mar que anhela transparentar
los cuerpos.
Veré si hablamos luego con la
verdad del agua,
que aclara el labio de los que han
mentido.
Miguel Hernández;
del libro El hombre acecha, 1937