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Julio trae invariables recuerdos. Ecos de una guerra repleta de heroísmo, que a pesar de ello se perdió. A golpe de dinamita suenan los veros de Pedro Garfias. El poeta nació en Salamanca en 1901. Desde su juventud colaboró en diarios y
periódicos. En 1922 fundó la revista Horizonte, donde publicaron, entre
otros, Antonio Machado y Federico García Lorca. Participó en la revista Octubre
que dirigía Alberti, y en El Mono Azul y Hora de España. Además
tuvo un rol activo en la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Desde lo
literario, en su juventud estuvo vinculado con diversas expresiones
vanguardistas; desde lo político, pasó de simpatizar con el anarquismo, a un
vínculo con el Partido Comunista. Durante la guerra fue poeta y combatiente en
el frente de Córdoba. En el año 1938 recibió el Premio Nacional de Literatura
de parte de un jurado que contaba con la presencia de Machado. Durante la
contienda publicó Poesías de la guerra española y Héroes del sur.
Al triunfar la derecha, su derrotero incluyó el paso por un campo de refugiados
en Francia y el exilio, primero en Gran Bretaña y luego en México. Se destaca
su libro del destierro inglés Primavera en Eaton Hasting. Poeta poco recordado, e injustamente excluido de la mayoría de
las antologías, murió en desterrado e indigente en México, en 1967.
LOS DINAMITEROS
Mineros de Linares
y de La Carolina
qué bien rima
mi pecho
con vuestra
dinamita.
Cuando en la
sierra brava
Alguien dio la
consigna,
surgisteis de
las bocas
obscuras de las
minas
con un fulgor
alerta
rodando en las
pupilas.
Hacia Córdoba
triste
la lucha se
encendía,
la lucha se
apagaba
con pausas de
agonía.
Milicias de Jaén,
que Peris
acaudilla
y el ímpetu
templado
de Ballesteros
guía,
frenaban el
avance
del bando
fratricida.
Carretera
adelante,
abierta la
sonrisa,
la honda en la
cintura
y las manos
vacías,
paso a paso
llegasteis,
a la hoguera
encendida.
¡Y allí fue
vuestro nervio
la hoz de la
justicia!
Hoz que siega
ambiciones
y aplasta
tiranías,
que descuaja raíces
y altos muros
derriba
y en abismos de
la muerte
la muerte
precipita.
¡Donde explota
un cartucho
florece un
nuevo día!
Mineros de
Linares
y de La
Carolina:
qué bien rima
mi pecho
con vuestra
dinamita.
Pedro Garfias
(En Romancero de la Guerra Civil Española)
MILICIANO MUERTO
Qué dulce muerte le dio
la bala que lo mató.
Le vi sobre la trinchera
derribado
con el fusil empuñado.
Tiernos paisajes en flor
le fluían a los ojos
que la muerte no cerró.
Yo vi en sus ojos su vida.
Vi su niñez espantada,
su juventud desolada
sin una interrogación.
Y vi sus días iguales.
Y vi su resignación.
Qué dulce muerte le dio
la bala que lo mató.
Le sacudieron los vientos
rebeldes el corazón.
Con el fusil en la mano
y en la garganta un clamor
salió a defender su tierra,
la que nunca poseyó.
La muerte le ha derribado
con brusquedad de ciclón.
Camarada miliciano:
la bala que te mató
se fue cantando la gloria
de un hombre que se salvó.
Porque has muerto por el pueblo
¡qué dulce muerte te dio
la bala que te mató!
Pedro Garfias
(En Poesías de la guerra española; ambos incluidos en Poesía como un arma)
***
Pedro
Garfias. Poesía a golpe de dinamita.*
Las vanguardias estéticas de principios del
siglo XX y su repercusión en España (el Ultraísmo, la Generación del ’27). La Guerra Civil Española
(la difusión de la cultura y el frente de batalla). El exilio americano. En
medio, Pedro Garfias.
En esta historia hay vaivenes, cimbronazos,
traqueteos. Como en el viaje cansado de un barco por el mar interminable, como
en la marcha a veces brusca de un soldado por los frentes de batalla, como en el
paso a veces curvo de un viejo, o un ebrio que busca su casa sin reparar en que
se halla a miles de kilómetros de ella. En esta historia están esos vaivenes, y
además un barco, y además un soldado, y además un viejo que cede ante la pena y
bebe más de lo prescripto. Y además, un poeta.
Un
soldado
Cuenta la historia que en el inicio de abril de 1937 la
ciudad española de Jaén, en Andalucía, recibía una terrible andanada de bombas
prodigada por la aviación nazi al servicio de Franco y de Queipo de Llano; los
nacionales expresaban así su consignas de amor a la patria. El ataque aéreo en
cuestión devastó poblados civiles; dejó cerca de 180 muertos entre los
habitantes de Jaén y alrededores, zona todavía republicana. Una media docena de
aviones de la Legión
Cóndor alemana había bastado para la masacre. Ese bombardeo,
cruento en extremo, era tan sólo un esbozo de otros peores, como el que
realizaron las mismas fuerzas sobre la ciudad de Guernica tres semanas más
tarde, y como los que siguieron efectuando los nazis, siempre creciendo en su
bestial magnitud, tanto en la
Guerra Civil Española como también durante la IIª Guerra Mundial. Cuenta la
historia en sus disímiles páginas, más o menos documentadas, la muerte de los
niños, el llanto de las madres, la rabia de los hombres.
Fin del bombardeo. En un improvisado mitín realizado
en el municipio de Andújar, en las afueras de la ciudad de Jaén, se insta al
combate y se discute sobre los pasos a seguir. La guerra ya lleva casi un año,
pero circunstancias de urgencia como ésta se reeditan constantemente. Cuenta la
historia (que aquí se da la mano con la leyenda) que entre las arengas una voz
anónima, de soldado quizás, pero seguro de obrero o campesino rústico, hizo un
pedido antes de que finalizara la reunión. Esos pobladores y soldados,
sacudidos aún por el rugido aéreo de los Junkers cuyo eco flotaba en el aire
junto al polvo de los escombros, escucharon a pedido de uno de los presentes
una proclama final. Como si el rencor de tanta bomba sobre sí no fuera
suficiente para encender cualquier pecho, por intermedio de un simple poblador
se recitaron como cierre de la reunión unos versos de combate del poeta Pedro
Garfias. Este episodio, según dicen, es recordado por el militar republicano Antonio
Cordón García en sus hoy inhallables memorias. Los poemas recitados, como las
circunstancias más puntuales de este encuentro de soldados y pobladores, se
disuelven fuera del registro; no sabemos, entre otras cosas, qué fue lo que se discutió,
ni cuáles versos se recitaron en ese momento. La crónica, en cambio, recoge que
a la finalización de cada poema, la sucedía un pedido de que se recitase otro,
y otro, todos conocidos textos del poeta Pedro Garfias. Si se permitiese un
pequeño desliz, un anacronismo, apartarse por un momento de los sucesos y su secuencia
para ubicarnos transitoriamente fuera de lo que realmente pasó, sería atrayente
imaginarse al propio poeta declamando con su vozarrón entre los soldados, allí
mismo y en ese preciso momento:
“Muerte que estás escondida en la noche,
no me das miedo.
Si es que te asustan la noche y las sombras
yo iré a tu encuentro.
Hoy o mañana vendrás a buscarme
y me hallarás como siempre en mi puesto.
(...)
Sé a lo que vine, por eso te busco;
sé a lo que vine, por eso te espero.
Bajo la guardia febril de mis ojos
mil corazones palpitan serenos.
Te venceré porque soy el más fuerte.
¡Tú eres la muerte! ¡Yo soy el pueblo!”
Un poeta
Los versos anteriores pertenecen
al poema “Miliciano de guardia”. Y Pedro Garfias los escribió poco después de
los bombardeos fascistas sobre Jaén. No los recitó en aquella ocasión, eso está
claro; pero sí lo hizo ante soldados muchas otras veces. Sus líneas encendidas
nunca se limitaron a una pulcra composición, ni a un fogonazo presumido. Pedro
Garfias fue, entre muchas cosas, también él uno de esos milicianos que pelearon
cuerpo a cuerpo contra los golpistas durante la Guerra Civil Española. Realizó en
aquel tiempo una consecuente labor desde el plano de la cultura y la propaganda,
y además peleó como soldado. Hacia la primera mitad de 1937 recitaba sus versos
desde el Altavoz del Frente, tal como por ese entonces lo hacía entre
otros Miguel Hernández. El Altavoz era un órgano de propaganda que
difundía noticias, proclamas, canciones y poemas bélicos a pocos metros de las
líneas de combate, valiéndose para ello de amplificadores. Desde allí no sólo
se trataba de acrecentar la moral del bando propio, sino que muchas veces
aprovechando la cercanía de las trincheras enemigas, también se instaba a los
soldados rivales a abandonar sus filas y sumarse a la causa popular. Otros
poemas recitados por este medio también tenían por efecto ridiculizar a los
militares falangistas, al clero y a los “señoritos”; formaban parte de una
vasta tradición de composiciones burlescas, actualizadas en ese caso por las
circunstancias más inmediatas. Para estos meses, Garfias comparte con Miguel
Hernández no sólo su intervención en el Altavoz. Ambos comparten su
trabajo militante en el periódico Frente Sur, editado por ellos en Jaén;
comparten su adhesión hacia el Partido Comunista Español; y fundamentalmente, comparten
su cualidad de poetas-soldados.
En la poesía bélica de Garfias, como en la que la antecede y
sobreviene, hay una reconocible musicalidad. Sus poemas están llenos de música,
pero no sólo de música; sus versos tienen qué decir, y lo dicen sin demasiado
retorcimiento. Probablemente por eso han logrado calar hondo en el pueblo, que
en particular durante la
Guerra Civil los recitaba como propios, y no sólo por su rima
dúctil. La sonoridad, tal como ocurría con los versos pregonados por los más
remotos juglares, organiza y estructura la composición; la hace regular y
facilita su recitado y su retención. Recuerdan muchos que Garfias solía
declamar de memoria sus versos en vez de leerlos, a tal punto que se cuenta que
ha llegado a dictar a sus editores poemarios enteros, diciendo que sus
manuscritos eran él mismo. Sin embargo, su escritura despojada, su simpleza
–lograda mediante el trabajo exhaustivo y meticuloso sobre el material verbal y
su depuración– están en la orilla
contraria al simple juego sonoro. Garfias, como muchos otros poetas influidos
por el ultraísmo, despreciaba la poesía amanerada y ornamentada que se había
heredado de fines del novecientos. También fue crítico de la llamada “poesía
pura”. Respetuoso y admirador de Juan Ramón Jiménez, no vacilaba sin embargo en
reprochar el esteticismo cerrado de los cultores de la poesía hermética y
elitista: “¡adiós las revistas puras de versos
inefables y de prosas sutiles, lanzadas al espacio como certeras flechas al
blanco de una minoría de selección!”, expresaba en un artículo periodístico de
mediados de 1933, desde El Heraldo de
Madrid. Y agregaba dirigiendo sus dardos contra los guardianes del
refinamiento en las letras y los metafísicos defensores de las torres de
marfil: “sólo una época decadente, que ya lo tiene todo hecho, puede entregarse
libremente al juego del espíritu y de la fantasía. Cuando invade la tierra un
alba redentora, y en el silencio trémulo se oye el chocar de aceros de dos
mundos en pugna, los escritores, como los obreros, como los políticos, tienen
una misión que cumplir. Su arte es su herramienta, su arma[1]”.
Aquello expresaba el poeta, que siendo adolescente
había sentido afinidad por las formas literarias del modernismo. El mismo
escritor, luego de esa etapa, en 1919, se encontró entre los jóvenes que firmaron
el manifiesto ultraísta proclamándose en contra del anquilosamiento en las
formas de la escritura legadas, aquel modernismo en gran medida embalsamado.
Exclamaban él y otros coetáneos en el manifiesto: “la literatura debe
renovarse, debe lograr su ultra, como hoy pretenden lograrlo nuestro
pensamiento científico y político”. En ese movimiento coincidió con él, siendo
todavía un joven, Jorge Luís Borges. Éste llegó a publicar un poema de Garfias
en la revista porteña Prisma. A su
vez, desde la revista española Grecia,
también ganada para el movimiento ultraísta, Garfias promoverá que se publique a
Borges.
El nacimiento de Pedro Garfias a la escritura se había
dado en Sevilla, su lugar de origen. Pero es en Madrid donde se produce el
salto. Garfias arribó a la capital española en 1918. Allí repartía su tiempo
entre estudios de derecho y el mundo de las letras, priorizando esto último
para disgusto de su padre. Por esos años simpatizaba con el anarquismo, y ya
había realizado algunas colaboraciones para revistas de Sevilla, como Los Quijotes, donde publicó sus primeros
versos. Nunca terminaría sus estudios universitarios; pero su vida literaria se
ensancharía notablemente. Frecuentó la Residencia de Estudiantes, reducto progresista de
enseñanza en Madrid. En esta institución conoció a jóvenes que serían grandes
artistas e intelectuales de su época, como Gerardo Diego, Federico García
Lorca, Luis Buñuel, Rafael Alberti. En relación con este último, Garfias tuvo
el orgullo de ser el primero en publicarle un poema. Fue en 1922, en la revista
Horizonte, la última emparentada en
forma directa con el ultraísmo, que el mismo Garfias con 21 años dirigía. Allí
dio a imprenta tres poemas de Rafael Alberti, que por entonces oscilaba entre
el arte plástico y la escritura. Desde Horizonte,
con colaboraciones de Jun Ramón Jiménez y de Antonio Machado, se entablaba por
esa época un diálogo entre los jóvenes influidos por las vanguardias y algunos
exponentes de la literatura ya consagrados.
Garfias no permaneció mucho tiempo en Madrid. Poco
después de la desaparición de la fugaz Horizonte,
regresó a Sevilla, donde continuó escribiendo artículos y poemas para medios
locales, como el periódico La voz de
Écija, o la revista Alfar. En
Sevilla publica su primer libro, El ala
del sur, en 1926. En él reúne poemas compuestos entre 1918 y 1923. Ya en
ese conjunto de textos se pueden ver rasgos de un enfatizado trabajo sobre el
ritmo y lo musical de la palabra. También se dan desde un principio reescrituras
estéticamente renovadas y actualizadas de canciones y formas tradicionales como
el romance. En 1927 participa en el homenaje que se rinde a Góngora a
trescientos años de su muerte. Ese homenaje nucleó a muchos jóvenes poetas, como
a los mencionados Diego, Lorca y Alberti, y además a Pedro Salinas, Jorge
Guillén, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Concha Méndez, Juan Chabás, Manuel
Altolaguirre, Emilio Prados, Luis Cernuda y la lista continúa. Las actividades,
que incluyeron conferencias y actos, además de poemas dedicados al escritor
cordobés del Siglo de Oro, dieron origen a la denominación de Generación del
’27 para designar a esta camada de escritores.
Con Alberti, participará años más tarde de Octubre, la primera revista literaria de
izquierda de España, fundada por aquél en 1933. El ejemplo de la revolución
soviética alentaba a movimientos políticos y culturales en diversas latitudes.
En un contexto de luchas obreras que pugnaban por transformar Europa y el mundo,
y de la reacción de las clases propietarias impulsando al nazismo en Alemania y
al fascismo en Italia para contrarrestar tales intentos, las aguas se dividían
también en España. El 18 de julio de 1936 los generales, la iglesia y los
terratenientes y empresarios ibéricos dan un golpe de estado en contra del Frente
Popular electo recientemente, pero sobre todo, contra la posibilidad latente de
un cambio profundo a favor de las mayorías. Se iniciaba la Guerra Civil; Garfias, junto a
muchos otros hombres de la cultura y pueblo en general, estuvo en la primera
línea de combate. En el plano cultural, participó de la Alianza de Intelectuales Antifascistas
en España y firmó su manifiesto inicial. En 1937 editó su libro Poesías de la guerra con composiciones
referidas al conflicto. Su calidad poética y su continuidad en la lucha como
militante de la palabra le valieron el Premio Nacional de Literatura en 1938: su
libro de poemas Héroes del sur compartió
con Destino fiel de Emilio Prados los
honores ese año; Tomás Navarro Tomás y Antonio Machado fueron dos de los
jurados que lo distinguieron. Pero el poeta no se estuvo quieto; no conforme
con esto, marchaba incesantemente, con paso duro, desperdigando plomo desde
otras trincheras, que tenían tinta y papel, y además barro y piedra.
Un
barco
La historia es conocida: los republicanos pierden la
guerra. Derrota, exilio y menoscabo. Pelotones de fusilamiento y cárcel para el
que se quedó en España. Campos de concentración y destierro para el que se fue.
En muchos casos de ambos destinos posibles, la muerte; en todos, la humillación
y la pena. Pedro Garfias marcha rumbo a un
breve exilio inglés. En el archipiélago compone su poemario Primavera en Eaton Hastings, que como
consignan casi todos sus articulistas, fue definido como el mejor poema del
destierro español por Dámaso Alonso. Pronto se irá de Europa junto a 1.800
compatriotas más en un barco que navegará lentamente por el océano. No habrá
retorno. A bordo del Sinaia, buque
que llevaba refugiados españoles desde Francia al México de Lázaro Cárdenas,
escribe y se lamenta. Su letanía que es viril, porque es la de un guerrero, ya
nunca habrá de interrumpirse. Pedro Garfias, derivando sobre ese retazo de
metal y madera, va con sus treinta y ocho años y una guerra a cuestas. Le
restan veintiocho años de vida, o de exilio. No lo sabe del todo, pero ya
siente ese peso. Se podría decir que ya por entonces era un viejo guerrero. Y siempre
un poeta.
En México escribirá más o menos sistemáticamente: Elegía a la presa del Dnieprostroi
(1943), y Río de aguas amargas (1953)
se destacan en su producción. El primer poemario se conforma de textos que se
alzan como homenaje a los soviéticos que pelean contra la invasión nazi durante
la Segunda Guerra
Mundial. La obra incluye cantos a la resistencia de Stalingrado y, digámoslo
sin ocultamientos ni tampoco regaños simplones, un poema dedicado al propio
Stalin. El segundo conjunto, su última publicación. Vibrante y cargada de
pesadumbre, pero poéticamente arrolladora. Durante la década del ’40 y por unos
pocos años, Garfias desempeñará un cargo académico en la Universidad de Nuevo
León, en Monterrey; será hasta que lo dejen cesante por su inasistencia minuciosa
a las clases que debía dictar y su incumplimiento cabal de los horarios que
estaba mandado que cumpliese. Publicará algunos libros, siempre buenos; algunas
recopilaciones, muchas veces urgido económicamente. Vivirá en la pobreza; sus
amigos lo auxiliarán. Se enfermará y morirá. Se comentará en ciertos artículos
su apego a la bebida y su pena honda. Proliferará el rescate de sus anécdotas
de extravagante viejo exiliado en tierras mexicanas, muchas tan ciertas como poco
definitorias: que jugaba al dominó por dinero en pocilgas para solventar sus
tragos, que recitaba poemas a cambio de una copa, que escribía versos en
servilletas de papel irremediablemente extraviadas. Muchos notables escritores,
como su amigo, también poeta del exilio, Juan Rejano, lo recordarán con sus
escritos. Otros, se aferrarán solamente a aquella imagen de viejo perdido y
borrachín, cometiendo una gran injusticia poética en pos de cierto
pintoresquismo. Terceros, de juicio tan veloz como liviano, lo denostarán con diciendo
que al fin y al cabo fue tan sólo otro más de los poetas stalinistas. Alguno
intentará alguna semblanza bienintencionada que se quedará a mitad de camino. A
la mitad: como un barco que se va rugiendo y ya no vuelve más.
Un
viejo
Como ocurre con otro poeta en parte contemporáneo a
él, grandemente reconocido y comunista también, hay en sus últimos textos
vaticinios o prefiguraciones de su propio final. Dice Garfias en “Recién
muerto”, un poema de Río de aguas amargas:
“Me
gustaría
que
fuese tarde y oscura
la
tarde de mi agonía.
(…)
Me
gustaría
que
me llenasen la boca
de
tierra mía.”
La tarde del nueve de agosto de 1967 Pedro Garfias
muere en el Hospital Universitario de Nueva León. Muere pobre y deteriorado por
el daño físico que la pena y el alcohol proporcionan. Está más avejentado de lo
que sus sesenta y seis años sentencian. El primer deseo expresado en el poema,
si le cabe el término a un augurio tan aciago, muestra de por sí una correspondencia
entre lo escrito por él y las circunstancias mismas de su muerte. La segunda
pretensión es asumida no por el destino, sino por sus compañeros y compatriotas
como mandato: cuentan que un puñado de tierra ibérica, conservado por algún
otro español exiliado, fue a mezclarse con el poeta, y ambos a fundirse en la
tierra americana. En un ataúd donde el cuerpo no le cabía del todo, y calzando
zapatos prestados, lo enterraron; muerto de tarde, y con tierra natal entre sus
muelas. Muerto lejos de su hogar. Y muerto de pena. Tal como él mismo escribió.
Fue así, de manera análoga a la que poetizó o profetizó sobre sí mismo César
Vallejo: “Me moriré en París con aguacero ” (…) “jueves será…”. También en ese caso Vallejo
había cumplido tiempo más tarde con lo escrito.
Habrá quien se pregunte si la correspondencia entre
sucesos y escritura, o entre vida y poesía, más allá del azar presente en estos
casos, radica en escribir unos versos y acudir luego a realizarlos, o por el
contrario, en percibir con una sensibilidad extrema los matices de lo que habrá
de suceder, y anticiparse escribiéndolo. Como sea, y fuera de toda superchería,
no debería sorprender a nadie que un viejo guerrero se anticipe y elija; que
después de todo, sea él quien elija cómo habrá de terminar sus días en medio de
una pena y un destierro no elegidos. No debería sorprender; y menos si ese
viejo guerrero es además un escritor; y menos si es un poeta.
Hoy muchas ediciones, aunque siempre menos de las
necesarias, revén un injusto silencio o desdén ejercido sobre varios buenos
poetas del siglo XX, entre ellos Pedro Garfias. De todas maneras, es probable
que aún sea más recordado en México que en España. “Le peleaba a la soledad a
punta de rugidos” ha dicho en un notable ensayo sobre Garfias otro poeta, uno
contemporáneo nuestro, Jorge Boccanera. Quienes hemos podido escuchar la voz de
Pedro Garfias, aunque tan sólo mediante un defectuoso registro fonográfico,
asentimos, seguros de que ese rugido se parece a otros afines: al de su verso atesorado
en cualquiera de sus libros, al de un cañón que se dispara en el combate, al
del motor de un barco que marcha hacia el exilio irrevocable, al de el alcohol
raspando en la garganta. O al de la mismísima poesía.
Mariano Garrido
*Artículo originalmente publicado en el sitio web "La Rosa Blindada"
Bibliografía:
-Barrera López, José María; Pedro
Garfias; Málaga, Dto. de publicaciones del C.C. Generación del ’27; 1994.
-Boccanera, Jorge; “La ronda de los toreros muertos”; en Ángeles trotamundos. Bs.As., Instituto
Movilizador de Fondos Cooperativos; 1992.
-Centro Asturiano de Monterrey, México: http://www.centroasturianomty.com.mx/4555.html
-Cervantes Virtual (para consultar o descargar Pedro Garfias en El Heraldo
de Madrid): http://www.cervantesvirtual.com/FichaAutor.html?Ref=4898&portal=21
-Gracia Vicente, Alfredo; “Pedro Garfias, pastor de soledades”; en Pedro Garfias (1901-1967). Monterrey,
Universidad de Nuevo León; 1972.
-Rejano, Juan; “Retrato de Pedro Garfias”; en Recién muerto y otros poemas. Monterrey, Ed. Sierra Madre; 1975.
[1] Publicado en El Heraldo de
Madrid el 22/06/1933; tomado del libro
Pedro Garfias en El Heraldo de Madrid; Guadalajara, México: Secretaría de
Cultura; 1999. Compilación a cargo de Carlos Eduardo Gutiérrez Arce.