sábado, 11 de abril de 2015

Miguel Barnet: destellos y estruendos en la noche






Que la poesía nos oriente allá en lo alto como a nuestros antepasados, marineros de la noche (todos tenemos alguno en nuestra genealogía), o que en la noche nos sobresalte haciendo sonar sus palmas acá abajo, no es cuestión de suerte, ni de gustos. El metrónomo corre o se desliza sin perder el compás. Y la poesía está ahí, para endulzarnos un oído en un murmullo o para aullar y raptarnos de nuestro letargo. Y todo a una vez.

Miguel Barnet, es un ejemplo. Cubano. Fiel a su revolución, crítico de su realidad. Un poco antropólogo, otro tanto historiador, y novelista y crítico de arte. Y un mucho poeta. Con una pluma nos trae a la hoja retazos de una Cuba que ilumina, pero que también a veces duele y  parecía enterrada para siempre; y lo hace sin solemnidad ni tampoco estridencias. Con otra pluma, o la misma, canta al Che, a Fidel, o al incalculable Nazim Hikmet.


Que la palabra nos oriente y nos despierte, Miguel. Es decir, que sea poesía.


***


Hijo de obrero,

trabajaba en ocasiones como auxiliar de cocina

en hoteles de lujo.

Usaba para su trabajo ropa corriente,

sus manos gruesas y jóvenes mostraban

algunos signos delatores

y sus ojos no sostenían la mirada hacia ningún punto.

Caída la noche del sábado,

le entraban deseos de una extraña voluptuosidad

mezclados a un sentimiento que él sabía mezquino.

Todo lo que durante la semana había visto

en las tiendas de moneda convertible

se volvía una obsesión: un blue-jean de etiqueta tejana,

unas gafitas redondas, una camisa de seda

que jamás se exhibía en vitrinas.

Para lograrlo vendía su cuerpo al primer postor

sin distinción de sexo, desde luego,

lo importante era la pieza, la quimera soñada,

el blue-jeans.

Como Kavafis, me pregunto si en los tiempos antiguos

poseyó Alejandría un joven más bello,

más perfecto que él.

No quedó estatua suya, ni óleo, ni siquiera

una vulgar fotografía,

arrojado al olvido, acabó penosamente

devorado por una enfermedad

que fue el azote del siglo.

Lo recuerdo en una calle de La Habana

preguntando la hora

a un reloj asesino.



Miguel Barnet;

en Actas del final, 2000.







Nazim



Pensándolo bien

su rebeldía fue apenas

un momento de tomar la palabra

(fechas, cartas del exilio,

amores deshechos en la yerba)



Ahora

mientras él se cubre el pecho de la lluvia

yo me pregunto

qué nueva dirección tomarán sus versos

tan mezclados ya de tierra.



Miguel Barnet;

en Carta de noche, 1982

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