Que la poesía nos oriente allá en lo alto como
a nuestros antepasados, marineros de la noche (todos tenemos alguno en nuestra
genealogía), o que en la noche nos sobresalte haciendo sonar sus palmas acá
abajo, no es cuestión de suerte, ni de gustos. El metrónomo corre o se desliza
sin perder el compás. Y la poesía está ahí, para endulzarnos un oído en un
murmullo o para aullar y raptarnos de nuestro letargo. Y todo a una vez.
Miguel Barnet, es un ejemplo. Cubano. Fiel a su
revolución, crítico de su realidad. Un poco antropólogo, otro tanto historiador,
y novelista y crítico de arte. Y un mucho poeta. Con una pluma nos trae a la
hoja retazos de una Cuba que ilumina, pero que también a veces duele y parecía enterrada para siempre; y lo
hace sin solemnidad ni tampoco estridencias. Con otra pluma, o la misma, canta
al Che, a Fidel, o al incalculable Nazim Hikmet.
Que la palabra nos oriente y nos despierte,
Miguel. Es decir, que sea poesía.
***
Hijo de
obrero,
trabajaba
en ocasiones como auxiliar de cocina
en hoteles
de lujo.
Usaba
para su trabajo ropa corriente,
sus manos
gruesas y jóvenes mostraban
algunos
signos delatores
y sus
ojos no sostenían la mirada hacia ningún punto.
Caída
la noche del sábado,
le entraban
deseos de una extraña voluptuosidad
mezclados
a un sentimiento que él sabía mezquino.
Todo lo
que durante la semana había visto
en las
tiendas de moneda convertible
se
volvía una obsesión: un blue-jean de etiqueta tejana,
unas
gafitas redondas, una camisa de seda
que
jamás se exhibía en vitrinas.
Para
lograrlo vendía su cuerpo al primer postor
sin distinción
de sexo, desde luego,
lo
importante era la pieza, la quimera soñada,
el
blue-jeans.
Como
Kavafis, me pregunto si en los tiempos antiguos
poseyó Alejandría
un joven más bello,
más
perfecto que él.
No
quedó estatua suya, ni óleo, ni siquiera
una vulgar
fotografía,
arrojado
al olvido, acabó penosamente
devorado
por una enfermedad
que fue
el azote del siglo.
Lo
recuerdo en una calle de La Habana
preguntando
la hora
a un
reloj asesino.
Miguel
Barnet;
en Actas
del final, 2000.
Nazim
Pensándolo
bien
su rebeldía
fue apenas
un
momento de tomar la palabra
(fechas,
cartas del exilio,
amores deshechos
en la yerba)
Ahora
mientras
él se cubre el pecho de la lluvia
yo me
pregunto
qué
nueva dirección tomarán sus versos
tan
mezclados ya de tierra.
Miguel
Barnet;
en Carta
de noche, 1982