Poesía blindada: Julio Huasi
Se dirá: el
poeta es algo más que sus versos. Pero quedará de ese poeta, con algo de suerte
y viento a favor, lo que de él se vaya leyendo; será nomás los rastros que haya
dejado. De ese tesoro que es la memoria, alguno rescatará un papel amarillento
y tal vez se detendrá por azar o magnetismo en unas imponentes líneas finales: “llevo treinta nenes llorándome en el alma /
todos juntos”. Otro sacará del mismo cofre un papel, tan amarillo pero
menos trascendente, que dirá: “Julio Ciesler; argentino. 1935-1987”. Agregarán que fue
periodista además de poeta; que fue militante y que no lo disfrazaba para
sentarse a escribir; que entre sus muchos amigos, tuvo a otro Julio que
arrastraba las erres.
Puede decirse
que el poeta, sus versos, los rastros que va dejando en la hoja o en el viento,
libran batallas ya previamente perdidas, le pelean a cuchillo al olvido mil
veces para ser derrotados en cada caso… Como sea, vencidos o no, nadie podrá
decir del poeta o de sus versos que no existieron nunca. A este Julio, que
eligió llamarse Huasi, le pasa que actualmente lo vienen olvidando con
precisión y ejercicio. Lo han publicado poco en vida; lo han ninguneado
demasiado en muerte. Su escritura fue de vanguardia, sin poses grandilocuentes
ni provocaciones consentidas. Fue un poeta, con los riesgos que eso puede conllevar
para el pellejo y el bolsillo. Y por si fuera poco, periodista en Prensa Latina, en Brecha, y en muchas otras partes. Supo escribir la palabra “yanquis” en sus poema, y también allí,
hacer justicia al increparlos y prometer cobrarles en sangre “lo que nos deben”. Publicó en La Rosa Blindada; recibió la caricia y
el elogio de Casa de las Américas. Vivió el Chile de Allende, y también lo vio desvanecerse.
Conoció el exilio, y el regreso definitivo y para nada triunfal a la Argentina.
(Un día se
mató de un tiro, presumiblemente solo, en su pieza. También un día, alguien
sacará de un cofre, o de ese tesoro que es la memoria, un nombre, unos versos
que leerá en voz alta, y dirá ciertamente de aquel disparo y ese hueco que todo
eso no pasó nunca.)
Mariano
Garrido
(En Sudestada Nº 89; noviembre de 2009)
***
córdoba
mientras los tuyos abren la gran noche a
balazos sin ti
recuerdas determinadas gaviotas, cierta
arena inconclusa,
el sur carnal, su azul como un alcohol
extraño,
una informe catedral de estrellas
navegando en la noche,
las dos penínsulas de su pecho en el mar
de esa noche,
su amparo inolvidable, la luz de sus
pezones,
sientes nostalgia, vagabundo, calla y
bebe
mientras aúlla exclusivamente en tus
oídos
un volumen atroz de bandoneones erectos,
preguntan si alguien vio al cantor
errante.
el infeliz salió a buscar a ciegas un
fusil
y los estampidos sonaron a tu espalda,
cóbrame mil veces, patria, la sangre que
te adeudo.
(Julio Huasi; en
la revista Uno por uno; 1969)
derrotas
procedo de una antigua dinastía de
vencidos,
qué no hemos perdido me pregunto,
perdimos el paraíso y el favor de dios,
la virginidad, el prepucio, la inocencia,
perdimos las guerras y por ende la paz,
la fe, la razón, los dientes, la salud,
hará cien años que un abuelo perdió
su único ojo en un vaso de aguardiente,
lo castigó, según dijo, pues lloraba,
cuando creímos que en los cielos se
apiadaban
perdimos la camisa, las ollas, la última
moneda,
el rancho, la tierra y el país entero,
la voz, la libertad, el pellejo,
el amor, el trabajo, las ganas de vivir,
el séptimo mandamiento, y el buen nombre,
la ilusión, el caballo, los testículos,
últimamente hemos perdido la paciencia
y ya no queda nada por perder, excepto
la memoria, el tesoro de nuestro destino,
recen ahora, dueños del mundo.
(Julio Huasi; en
la revista Uno por uno; 1969)
vagamos mi hijo y yo perdidos por un frío callejón,
me lleva de la mano como a un ciego en la neblina,
el puma y su cachorro marchan sin palabras
despatriados sin su américa en los pies
pero manando toda ella por los clavos,
las bisagras reventadas del alma, ahí van
el adán y su vástago sin eva, chaplin
y el niño, el dúo de ladrones de bicicletas,
fierro y fierrito sin caballo en la tormenta,
dos monitos brincando en occidente por un maní,
agarrado del ala de un gorrión sobre el vacío
debo darle de comer, de soñar, de humanar
pero en la última cena los platos son de humo,
en realidad el padre es él, me da consejos
con la voz de su baleada experiencia,
con sólo nueve giros de calesa celestial
ya tiene tres látigos de estado en el lomo y
tres masacres tupidas, ene países, dos océanos
y un pavor animal a los helicópteros verdes.
Tomados de las uñas como dos huerfanitos
él me enseña a leer las brumas y yo a no ser poeta,
lleva a upa mis fantasmas y yo juego con las cuatro bolas
muy candentes, eso sí, ya son muchas las horas de fuego,
él busca en mis ojos la lumbre de un portal
y yo busco una novia que nos entibie a ambos
pero está todo muy caro para las ternuras de los pobres,
el pichón empluma bajo lloviznas demasiado históricas,
mi pibe, cabrito, chango, botija, gurí, chaval, le hablo en mil idiomas,
tu hermana está muy lejos tras un mar nos miramos en silencio,
papá les dejará un tesoro bárbaro de herencia,
siete versos inservibles, una navaja que cojea,
las banderolas del pantalón, cáscaras de ilusos delirios
pero antes de eso les prometo un buen bailongo, una gran
fogarata, y los niños serán reyes y las patrias alegrías,
no te aflijas, guachito, total qué si venceremos,
nunca estuvo más oscuro que antes de atacar.
(Julio Huasi; en Asesinaciones, 1981)