miércoles, 28 de enero de 2015

Entre los despojos





Unas doscientas personas cortan las calles de una esquina muy transitada en la ciudad, ante la mirada casi paternal de los agentes de policía. (El color, el perfume y los accesorios de estos noveles manifestantes son muy distintos a los de quienes habitualmente cortan las calles en el país; la actitud de la policía, lógicamente, también lo es).

Quienes cortan las calles llevan carteles que lamentan la muerte del fiscal que, con o sin ayuda, apareció suicidado. “Yo soy Nisman”, dicen.  El fiscal, hasta hace poco asiduo visitante de la Embajada de EE.UU., excesivamente permeable al lobby del Mossad y el FBI, y aparentemente examigo de los servicios de inteligencia locales y de la Casa Rosada, es llorado en nombre del republicanismo y la independencia de la justicia.

A metros de la manifestación, un pibe que junta papeles y cartones entre la basura, también algo extrañado por lo pintoresco del caso, se detiene a mirar a los novedosos piqueteros de torres de departamentos. Tendrá unos doce o trece años, tal vez; y una talla bastante más pequeña que la de su edad. Y, además, una cara bastante más curtida. “¿Quién salvará a este chiquillo / menor que un grano de avena?”; imposible que no resuene en los oídos aquel poema de Hernández. Y no por provenir de la manifestación de la esquina, que le da literalmente la espalda al pibito.



No habrán de salvarlo ellos, pienso. Ni sus carteles ni sus fiscales.


***


Gustavito



Imposible no pensar en Gustavito,

en que es invierno en Mataderos (imposible:

uno va y se sumerge

en la avenida de adoquines plagados de luna

y bulevar al medio);

imposible no verlo

sentado en un umbral o en la vereda

en esas noches en que la bruma

se arrastra al ras del piso y lo lame.



(Su cara iba surcada

por la gracia de una medialuna

de dientes desparejos; su chifladura,

de las cejas a la boca,

desmintiendo a esa mufa que arrincona al alma

contra una esquina del pecho.)



Ahí pasa Gustavito callejeando (la calle es de tierra y él

va jugando a la escondida con la suerte, rejuntando

moneditas de lata, perdiendo

carreras con su sombra; mostrando

desde el filo de sus ojos serios

que se deja de ser chico

cuando se sabe que uno nunca

va a llegar a viejo).



Ahí está el cuento que cuentan las vecinas

donde a Gustavito lo corren y lo alcanzan

y de cuatro tiros un cana se lo carga

en un atraco flojo, de esos

que no pagaban ni un susto.



(Es la noche la que va cargada de agujeros:

imposible no verte entre la bruma

a vos, tu cara de pibito asomándose con

tu perfil de atardecer pálido, con tu

mano tibia y vacía, y con el mero

eco que dejó tu risa cuando aún no sabías, Gustavito,

que había cuatro balas esperándote impacientes.)

Mariano Garrido

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