Dirán algunos: ése no era poeta. Roberto Santoro, preceptor, buscavidas, periodista, gran difusor del arte y la cultura, escritor. Laburante. Secuestrado por la última dictadura cuando estaba en la escuela en la que se ganaba la vida.
Probabilísticas aparte, nadie podría imaginárselo, por ejemplo, cortejando a los pulpos del mercado editorial ni coqueteando con la cultura mercantil, como tanto mancebo reciclado. Tampoco sumido en falsos debates: ni aplaudiendo un lock-out ganadero, ni menos festejando a burócratas sindicales y cadeneros del populismo. Sí: de él dicen que era excesivamente frontal, incluso en su escritura.
Pero consecuente hasta el final.
Las cosas claras: Roberto Santoro, poeta y militante revolucionario.
Presente.
***
Las cosas claras
mi voz está en su sitio
el corazón sabe algo más porque me duele
por eso digo:
terrible oficio
es repartir equivocadamente los abrazos
y que el alma viva entre perros hambrientos
uno de mis errores
fue creer que todos éramos hermanos
y ahora
no se le puede cambiar el horizonte a la nostalgia
hay que olvidarse de las viejas sonrisas
y andar con el dolor a cuestas
para que sirva definitivamente
nunca dije
mi lágrima fue grande
sufrí
no me quisieron
cada uno conoce su dolor
y sabe de qué manera hablarle a la desgracia
que venga la vida y me golpee
de nada vale cerrar los ojos
un hombre dormido
es un dolor que descansa
es duro el amor cuando se niega
un día sin embargo recuesta sus abrazos
apoya su misterio en mi cabeza
y me lleva a vivir al primer piso de un incendio
no comparo
simplemente doy mi fruto
y espero
la semilla más humilde
puede brotar el fuego o la hermosura
si estoy acorralado entre dos besos
decido acurrucarme al pie de mi corazón
y sueño
soy triste hasta los zapatos
a la hora del té
mi alegría se sienta y llora conmigo
pero sostengo que un día
aunque el amor sea el hermano implacable de la lluvia
de mi casa a tus ojos
no habrá naufragios.
Roberto Santoro
(De Las cosas claras; 1974)