Hoy los multimedios hablan del campo. Sí, del campo, como si en el campo, expropiadores de todo y poseedores de nada formasen una feliz familia así llamada. Jorge Isaías, poeta santafesino contemporáneo, también habla del campo. No lo hace desde arriba de ningún púlpito de confederación propietaria alguna.
Resulta ser que en el campo también existen clases.
***
Retamas en los velorios
¿Qué hacían las retamas amarillas de mi madre?
¿Qué hacían al pie de esa larga mesa,
en la sala húmeda del Sindicato de Obreros
Rurales, donde velábamos los muertos?
¿Volvían a la vida: el Vasco Echarre, el Pulga
Corvalán, el viejo Ponciano Nayra, Ataliva Galván
que pintó todos los letreros de mi pueblo?
¿Volvían a la vida al olor de las retamas?
Duros sobre la mesa, ajenos ya para esta
vida en que tanto padecieron. Solos en aquella
sala donde apenas cabían los retratos de Sacco y de Vanzetti.
¡Qué tristes las mañanas en que alguno moría!
¡Cómo tañía, lúgubre, la campana del cura por el pueblo!
Yo les llevaba mi saludo de niño absorto ante la muerte.
En mi pueblo las abejas libaban los diciembres
y los corazones endulzados del verano. Pero no obstruían
el paso de la muerte, y las olorosas retamas
empecinadamente amarillas, no detenían el dolor
de un niño ante la cercanía descarnada de la muerte.
1976; Invierno
¿Qué hacían las retamas amarillas de mi madre?
¿Qué hacían al pie de esa larga mesa,
en la sala húmeda del Sindicato de Obreros
Rurales, donde velábamos los muertos?
¿Volvían a la vida: el Vasco Echarre, el Pulga
Corvalán, el viejo Ponciano Nayra, Ataliva Galván
que pintó todos los letreros de mi pueblo?
¿Volvían a la vida al olor de las retamas?
Duros sobre la mesa, ajenos ya para esta
vida en que tanto padecieron. Solos en aquella
sala donde apenas cabían los retratos de Sacco y de Vanzetti.
¡Qué tristes las mañanas en que alguno moría!
¡Cómo tañía, lúgubre, la campana del cura por el pueblo!
Yo les llevaba mi saludo de niño absorto ante la muerte.
En mi pueblo las abejas libaban los diciembres
y los corazones endulzados del verano. Pero no obstruían
el paso de la muerte, y las olorosas retamas
empecinadamente amarillas, no detenían el dolor
de un niño ante la cercanía descarnada de la muerte.
1976; Invierno
Jorge Isaías
(De Crónica gringa; 1976)