Ahí estás. Sos el tercero empezando desde la izquierda. Los dos que te anteceden forman parte de una reducida delegación soviética en nuestro país. El cuarto, un funcionario de la embajada local: nexo lingüístico, entre otras cosas. El marco de la polaroid señala que el año es el setenta y tres, y añade que el mes es septiembre. Primavera, aunque el camporismo ya se deshoja. No obstante ahí está la comitiva venida desde la mismísima URSS. El tipo alto, el primero, no enseña la mano derecha ni para la foto. La mirada dura detrás de los lentes oscuros se adivina lo mismo que la mano fría apretando otro frío en el bolsillo del costado. El hombre de al lado, el del medio, podría ser un gordito cualunque para cualquier lego. Y resulta que ése era el hombre. Me contaste muchas veces la historia: ese tipo era héroe de la Segunda Guerra. Para más datos, había estado en el legendario pelotón que subió a la cúpula del Reichstag a izar la bandera roja sobre las ruinas humeantes del nazismo. Luego, miembro destacado en el P.C. de la Unión Soviética, en el 73 vino en una visita no del todo pública pero sí oficial. Entre otras entrevistas, pasó por la residencia de Gaspar Campos, a donde vos, que los acompañaste a todos lados, no entraste.
Nunca supe, y tal vez vos tampoco, cómo se llamaba el tipo. Ese dato y otros más, ya en el plano periodístico, me desvelaron algún tiempo. Varias búsquedas que hice fueron contradictorias e infructuosas, y la foto misma en que los soviéticos alzan la hoz y el martillo sobre aquella cúspide donde ondeaba la cruz esvástica, está rodeada de largas, enrevesadas y aburridas polémicas, donde los desafortunados retoques fotográficos made in URSS desplazan en la discusión el hito que significó la derrota militar de los nazis. Recuerdo cómo esta foto y esa historia tantas veces contada era uno de esos pequeños, secretos y a la vez preciados orgullos que te permitías; como contar que una de esas noches, mientras vos y otros camaradas escoltaban a los rusos, el veterano les hablaba en su lengua evocando aquella mítica batalla final. Me imagino la escena, y los veo: están en una mesa en una cocina; hay algún trago de por medio; el traductor está durmiendo en otro lado. “El ruso nos hablaba en ruso, y le saltaban las lágrimas de la emoción”, me contabas. Y te veo a vos ahí, que ni entendías ruso y que casi ni llorabas en los velorios, y tenés los ojos húmedos también. ¿Qué habrá sido de ese tipo? Nos lo preguntábamos cada vez que hablábamos de esta historia y esta foto. Unas veces, según el humor, te gustaba imaginártelo atrincherado en algún edificio, resistiendo como un maqui ante la Perestroika y el ejército ruso que se reconvirtió al capitalismo. Otras, pesimista, lo pensabas como un burócrata más, y el reconvertido era él. Lo que vino tiempo después de la foto, para vos y para muchos que seguían convencidos honestamente la línea de la IIIª Internacional, fue un epílogo en clave de derrota. Desengaños cada vez más profundos, en especial de los camaradas locales, que para el año 76 fueron ya intolerables; alejamiento definitivo; críticas al estalinismo muchas veces, pero con infinita nostalgia de la URSS.
Hace poco te nos fuiste, por propia decisión. Nos dejaste llenos de preguntas. Algunas las vamos a tener que contestar solos, y otras nos van a seguir acompañando. Será por eso que me animo a garabatear la historia de esta foto.
La miro y –no puedo evitarlo- pienso aún con la inercia del recuerdo: “ahora me hago una escapada a la casa del viejo y le digo: ‘¿no prendés el samovar y te hacés un té? Así me contás de aquella vez que conociste al que plantó la bandera roja en el Reichstag’ ”.
Mariano Garrido
(En Sudestada Nº 107; marzo de 2012)
***
Te atraparon, Camilo
¿Y si ahora mismo viene alguien y me dice
que estás tirado, que te rodean tres botones
ahí, en tu casa de prestado; que
te hiciste un agujero y
que entre otras sinrazones elegiste
morirte sentado en una silla de plástico?
Una carta (que no dice mucho, y eso es todo).
Y un chasquido (y a dormir).
Ropa limpia en la soga y
las paredes limpias
de retratos.
¿Eso es todo?
La cana, a la que te le escurriste vivo,
revolverá ahora tus papeles de viejo
(que no te rodeen; se sabe: soldado que no se mueve…);
manotearán escasos pesos
(se los llevan, y no hay quien lo impida);
a la pasada te mirarán, casi indiferentes
(¿Y a ellos no? ¿No les vas a apuntar, ni nada?).
Se van con la diaria (y te quedás
vos y tu historia de escondrijo, de embute
nunca hallado, de cruzar mapas que ya no existen
con pasaportes que dicen mentiras).
Ellos, con el jornal incompleto del que fuera un jubilado
en algún bolsillo;
dos dedos en el teclado para que no conste en actas;
Y no más que eso.
Ahora sí la pena tiene
orificio de salida;
(ahora pueden probarse tus zapatos, si les calzan,
porque nadie va a apuntarles).
Ahora sí soltás la mano
(esperaré un llamado de esos que no van a llegar); ahora sí
te las picaste (una caja de pino, seis manijas de fierro). Ahora sí
que pusiste jodida la cosa.
¿Y si ahora viene alguien y me cuenta del disparo,
de los tres botones que te rodean?
(Yo me niego; pero dicen que te atraparon, Camilo.)
Mariano Garrido; 13 de marzo de 2012