viernes, 25 de noviembre de 2011

No haya paz en la tumba del verdugo

 
Así cerraba Antonio Requeni un poema dedicado a Roberto Jorge Santoro, escritor y periodista desaparecido por la última dictadura argentina. El poema de Requeni se enhebra con muchos otros que toman a la muerte como lo que es, en especial cuando el que muere es lo que es.
Hoy, que ha muerto un genocida como lo fue Bussi, resuenan casi de manera inevitable los versos de "Obituario con hurras" que escribió Benedetti. Allí pedía que fueran todos a festejar y "a no decir/ la muerte/ siempre lo borra todo/ todo lo purifica", en especial porque "éste/ es un muerto de mierda". En un Tucumán que alumbró sindicatos combativos y guerrillas; que  padeció su bota y lo premió con su voto; en esa dulce tierra arrasada todavía por la pobreza, pero que con la lucha de miles lo pudo ver preso; ahí resuenan hasta hoy las hazañas de este anciano que ya se venía pudriendo en vida: el que adujo dolencias físicas para no declarar en los juicios y fue llevado en camilla porque no pudo esperar de pie su sentencia, es el mismo que demostraba placer al arrojar prisioneros vivos desde helicópteros o dar tiros de gracia a hombres y mujeres previamente amarrados por sus subalternos.
Un plato de sangre para el coronel, imaginaba Neruda en su poema "Almería", concibiendo a atormentados asesinos teniendo que ver en sus mesas opulentas los restos de sus asesinados. Así ocurre en el mundo de la poesía, y no siempre, sino cuando hay justicia poética. En la vida real los verdugos no suelen atragantarse por recuerdos perturbadores.

Pensemos hasta convencernos que alguna vez nuestros hijos correrán pisando un suelo donde la justicia terrenal y la poética se confundan. 

Mientras tanto, no haya paz en la tumba del verdugo.

***


A la caza de la paloma
ha salido el verdugo,
porque no hay verdugo sin paloma.
La paloma tendida, 
raíces ha echado
y es paloma ya volada,
paloma sin verdugo.


Etelvina Astrada
(En Poesía política y combativa argentina; 1978)

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