El invierno, con sus agujas, no duda en hacerse sentir.
(Puede reconfortarnos no estar a la intemperie. O dolernos aquellos que lo están.)
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Los ocho muertos de Villa Valeria
"LA OLA DE FRIO: TRAGEDIA FAMILIAR EN UN PUEBLO DE CORDOBA
Dormían en un vagón, intentaban calentarse y murieron calcinados
Hubo 8 víctimas, entre ellas dos chicas de 13 y 14 años con sus bebés de meses."
-Diario Clarín; miércoles 30 de mayo de 2007-
En una vía muerta, en pleno otoño,
arde un vagón abandonado.
Adentro, dos familias mueren calcinadas.
Según fuentes, habían encendido
sus salamandras para combatir el frío. El fuego
consumió la casa o vagón.
Algo así reza un diario, y algo de esto ha de ser cierto.
Se dice allí que han muerto ocho personas,
indigentes, sin nombre, sino edades que nutren
más tarde o más temprano (y según) las
crónicas rojas o amarillas.
En una vía trunca de los fríos
el viento distribuye las cenizas
de ocho jóvenes y niños mezcladas con el polvo y los restos
de un vagón abandonado e incendiado.
Sucedió en Villa Valeria y las señoras se sonrojan:
entre los muertos, dos madres adolescentes y sus niños de meses apenas,
carbonizados por no haber tenido abrigo ni casa.
Tragedia (dirán algunos diarios).
Fatalidad o cruel destino (escuché de mis vecinas).
Y ocho nuevos viejos condenados por el hombre
marchan simples a la tierra sin que se les devuelva
el nombre al menos.
Las víctimas: Ceferino, Analía, Marisol, Marcela, Susana,
Vanesa, Marilín, Jésica.
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(Yo también, hasta hace un rato, amaba el cric-crac del otoño y su
chasquido de follaje que se fue,
y el cielo azul celeste más celeste por el frío.
Pero ahora, en este borde,
no puedo más que ver
en su mano gélida y severa el espanto de la muerte
que las señoras y los señores le construyen al pobre
encerrándolo de antemano entre cuatro paredes de madera
perseguidas por el frío y por el viento,
alentándole las brasas con ahínco e incendiándole su cueva deficiente;
y persignándose pasmados, sí,
al ver sus ocho prescriptas defunciones.)
***
En una vía lúgubre del frío
ocho personas vivieron y murieron un año
entre comadres indolentes que hoy se erizan
al saberlos (por la prensa) terminar entre las llamas, esta madrugada.
Ya nadie podrá decir humanamente
que ama esa estación llamada otoño
sin perder algo vital en el camino;
ni creerse simpático, galán bohemio, ante el hogar y el café y el coñac
componiéndose una estampa pintoresca
que puede llamarse la muerte tras los ventanales.
junio de 2007
Mariano Garrido
(En la revista "Troiana Fabula" Nº2)