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Detrás de la mira, la máscara y el casco, también hay un rostro. Tal vez moreno, como el del joven que cae muerto con el cráneo destruido. Esos parentescos no impiden que el soldado siga tirando y el pueblo siga cayendo. Habrá que buscar otras herramientas más eficaces que la paradoja lógico-argumentativa.
Los pueblos de Honduras o de Perú tal vez las encuentren.
(En el rostro que se apaga de un joven en Bagua, o en Tegucigalpa, palpitan otros rostros. En el rostro del soldado que tira, también se asoman otros. Llueven balas democráticas en Perú y balas golpistas en Honduras. Ambas matan. En sendos casos el pueblo aporta los caídos. El viejo capitalismo y sus renovables rostros, uno moreno a veces, humano para los ilusos; un rostro con el que muerde cuando tiene que morder, con el que mata cuando tiene que matar.)
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Poema de Alberto Vanasco, argentino; escritor y matemático. Y al ruedo, que la poesía hoy la escribirá el pueblo en Honduras, en Perú, o en cualquier calle (o en ninguna parte).
***
XXVIII
El joven poeta imberbe vietnamita
que cayó en su casamata
sin terminar su poema.
El músico de veinte años
que murió en Irlanda
sin formar su conjunto
sin componer su canción.
El estudiante fuerte y alegre
como mi hijo
que cayó en cualquier calle
de cualquier facultad
sin obtener su diploma.
El adolescente pintor
que sucumbió en Buenos Aires
con todos sus cuadros bosquejados
en su cabeza.
El hijo del minero
que cayó en Bolivia
sin ver la revolución.
El muchacho de cualquier parte,
muerto en cualquier sitio,
cuando empezaba a vivir.
El joven masacrado exterminado
por los lobos de siempre
en cualquier lugar de la tierra.
Todos ellos aguardan todavía
en la pupila y en el pulso
de los que siguen en la lucha,
esperan que entre todos
escribamos sus poemas,
hagamos sus canciones,
y terminemos sus cuadros
y la revolución.
Alberto Vanasco
(En Poesía política y combativa argentina; 1978)
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XXVIII
El joven poeta imberbe vietnamita
que cayó en su casamata
sin terminar su poema.
El músico de veinte años
que murió en Irlanda
sin formar su conjunto
sin componer su canción.
El estudiante fuerte y alegre
como mi hijo
que cayó en cualquier calle
de cualquier facultad
sin obtener su diploma.
El adolescente pintor
que sucumbió en Buenos Aires
con todos sus cuadros bosquejados
en su cabeza.
El hijo del minero
que cayó en Bolivia
sin ver la revolución.
El muchacho de cualquier parte,
muerto en cualquier sitio,
cuando empezaba a vivir.
El joven masacrado exterminado
por los lobos de siempre
en cualquier lugar de la tierra.
Todos ellos aguardan todavía
en la pupila y en el pulso
de los que siguen en la lucha,
esperan que entre todos
escribamos sus poemas,
hagamos sus canciones,
y terminemos sus cuadros
y la revolución.
Alberto Vanasco
(En Poesía política y combativa argentina; 1978)