martes, 28 de abril de 2009

Responso


Hace unos 67 años más un mes, le negaban al reo el perdón divino y, más importante que tal cosa, el médico terrenal. Moría Miguel Hernández en prisión, sin medicina y lejos de los suyos.
Hace unos 66 años, justamente, Benito Mussolini, que en vano había querido escapar de su país disfrazado y sin pelear, cobraba lo suyo, a su turno, y a manos de los partisanos. Suplicó al entregarse; cuentan que inútilmente ofreció a sus captores sobornos a cambio de una huida. Definitivamente, este soldado se parecía poco a aquel hombrón vociferante y altanero que ordenaba ahorcar guerrilleros o sindicalistas sin importar edad o sexo.
No es de buen cristiano desearle la muerte a nadie, dicen. Tal vez sea así; que se encarguen los buenos cristianos de desmentirlo.

Hace sesenta y seis años, quizás a manos de otro comunista que, hasta tal vez, masticase alguno de estos versos, una escupida fría llegaba a destino, y encontraba un ex-dictador sanguinario, transmutado hacía segundos en sollozante y suplicante reo, y ya en ese momento, en resaca.

Junto a la basura del camino, hubo de pudrirse finalmente el dictador.
Requiem in pace.

***

Ceniciento Mussolini

Ven a Guadalajara, dictador de cadenas,
carcelaria mandíbula de canto:
verás la retirada miedosa de tu hienas,
verás el apogeo del espanto.

Rumorosa provincia de colmenas,
la patria del panal estremecido,
la dulce Alcarria, amarga como el llanto,
amarga te ha sabido.

Ven y verás, mortífero bandido,
ruedas de tus cañones,
banderas de tu ejército, carne de tus soldados,
huesos de tus legiones,
trajes y corazones destrozados.

Una extensión de muertos humeantes:
muertos que humean ante la colina,
muertos bajo la nieve,
muertos sobre los páramos gigantes,
muertos junto a la encina,
muertos dentro del agua que les llueve.

Sangre que no se mueve
de convertida en hielo.
Vuela sin pluma un ala numerosa,
rojo y audaz, que abarca todo el cielo
y abre a cada italiano la explosión de una fosa.

Un titánico vuelo
de aeroplanos de España
te vence, te tritura,
ansiosa telaraña,
con su majestuosa dentadura.

Ven y verás sobre la gleba oscura
alzarse como un fósforo glorioso,
sobreponerse al hambre, levantarse del barro,
desprenderse del barro con emoción y brío
vívidas esculturas sin reposo,
españoles del bronce más bizarro,
con el cabello blanco de rocío.

Los verás rebelarse contra el frío,
de no beber la boca dilatada,
mas vencida la sed con la sonrisa:
de no dormir extensa la mirada,
y destrozada a tiros la camisa.

Manda plomo y acero
en grandes emisiones combativas,
con esa voluntad de carnicero
digna de que la entierren las más sucias salivas.

Agota las riquezas italianas,
la cantidad preciosa de sus seres,
deja exhaustas sus minas, sin nadie sus ventanas,
desiertos sus arados y mudos sus talleres.

Enviuda y desangra sus mujeres:
nada podrás contra este pueblo mío,
tan sólido y tan alto de cabeza,
que hasta sobre la muerte mueve su poderío,
que hasta del junco saca fortaleza.

Pueblo de Italia, un hombre te destroza:
repudia su dictamen con un gesto infinito.
Sangre unánime viertes que ni roza,
ni da en su corazón de teatro y granito.
Tus muertos callan clamorosamente
y te indican un grito
liberador, valiente.

Dictador de patíbulos, morirás bajo el diente
de tu pueblo y de miles.
Ya tus mismos cañones van contra tus soldados,
y alargan hacia ti su hierro los fusiles
que contra España tienes vomitados.

Tus muertos a escupirnos se levanten:
a escupirnos el alma se levanten los nuestros
de no lograr que nuestros vivos canten
la destrucción de tantos eslabones siniestros.

Miguel Hernández
(De Viento del pueblo; 1937)

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