"Yo soy un poeta, no un hacedor de versos bonitos", decía el herrero Dardo Dorronzoro, que, claro, además hacía bellos versos.
Otro veinticuatro y con ausencias. Entre otros, y en parte, la poesía. Porque, se sabe: un poco se la llevaron con Paco, y otro tanto con Santoro. Antes fusilada con Roque y muerta en un presidio con Miguel. Pero por ahí anda, dicen. La vieron la otra noche. No; no era en salones, ni en la vidriera de ninguna boutique, como pretenden más de cuatro. Ni en uno de esos laberintos tan nuevos e ingeniosos que hacen ahora, esos en los que no dejan entrar a los paisanos, y de los que no dejan salir a las ideas. Tampoco en la casa de cotillón, ni en esos negocios que sirven para decorar butacas, escritorios, papeles.
La vieron pasar de mano en mano. Y uno, que se la pasaba fresquita a otro, tal vez le decía al oído a ambos:
-Que sirva para decir presente.
Ahí va la poesía, no más. Viva como la memoria.
***
No anda sola
Otra vez nos miran sus ojos
que se han levantado del suelo.
Nos miran y esperan
algo de nosotros.
Yo tengo un poema, les digo, una piola
con piedritas y caracoles. Y un barrilete
de polaroid y una cuchara,
un castillo de fósforos
y un hipopótamo de plastilina.
Nos miran,
pacientes. Saben que es inevitable
la vida y nos tienen aferrados a un sueño.
La muerte, nos dicen sus ojos, no metan
nuestra muerte en la sala de un museo,
que no hay lugar para la belleza
si el mundo sigue podrido
como cuando éramos nosotros
el sueño de otros cambiando
las cosas.
Otra vez nos miran sus ojos
que se han levantado del suelo
cumplir con los rituales de la efeméride.
Nos dicen: no anda sola la memoria,
las evocaciones no alcanzan,
el sueño hay que vivirlo y de ahí para adelante.
Yo tengo un trocito de madera, les digo,
lápices sin punta de clavarlos en la mesa, una pared
con sus nombres en la barriada
y algunas piedras apuntadas al cielo.
Nos vuelven la mirada,
nos dicen, tironeando la solapa:
aquí están nuestros ojos
para que vean el mundo
que nos queda por hacer, no guarden
estos ojos en un cajón para abrir
con cada otoño,
estamos
en el mismo sueño,
caminamos con ustedes.
Otra vez nos miran sus ojos
que se han levantado del suelo.
Nos miran y esperan
algo de nosotros.
Yo tengo un poema, les digo, una piola
con piedritas y caracoles. Y un barrilete
de polaroid y una cuchara,
un castillo de fósforos
y un hipopótamo de plastilina.
Nos miran,
pacientes. Saben que es inevitable
la vida y nos tienen aferrados a un sueño.
La muerte, nos dicen sus ojos, no metan
nuestra muerte en la sala de un museo,
que no hay lugar para la belleza
si el mundo sigue podrido
como cuando éramos nosotros
el sueño de otros cambiando
las cosas.
Otra vez nos miran sus ojos
que se han levantado del suelo
cumplir con los rituales de la efeméride.
Nos dicen: no anda sola la memoria,
las evocaciones no alcanzan,
el sueño hay que vivirlo y de ahí para adelante.
Yo tengo un trocito de madera, les digo,
lápices sin punta de clavarlos en la mesa, una pared
con sus nombres en la barriada
y algunas piedras apuntadas al cielo.
Nos vuelven la mirada,
nos dicen, tironeando la solapa:
aquí están nuestros ojos
para que vean el mundo
que nos queda por hacer, no guarden
estos ojos en un cajón para abrir
con cada otoño,
estamos
en el mismo sueño,
caminamos con ustedes.
Hernán Boeykens
(Inédito)