sábado, 8 de marzo de 2008

Recordatorio

La prensa seria y grande, que viene a ser la única que va quedando, insiste. La guerrilla es terrorismo. Algunos viejos militantes, incluso alguno ahora devenido en mandatario latinoamericano, olvidan haber empuñado las armas por la revolución hace algunas décadas. Se suman ahora al coro, o miran para el costado. Hace algunas décadas se hacían barricadas en contra del imperio, y estar de este lado no nos daba vergüenza. Hoy, en el festín mediático del guerrillero muerto, curiosamente, se dejan de lado algunos datos y se prescinde de voces contrarias o críticas a las versiones oficiales. Poco se escucha, por ejemplo, de los más de 3.500 muertos que le costó a los insurgentes colombianos la experiencia reciente de legalización de una parte de sus activistas mediante la Unión Patriótica, o del hecho de que actualmente en Colombia existan desaparecidos y masacres llevadas a cabo desde el Estado y con explícita ayuda de marines norteamericanos. Y en estos casos, eventuales discrepancias y férreas diferencias incluidas, el precio del silencio, de dejar la puerta abierta, de los dos demonios señalados con el dedo, es caro.
Hubo una época, antes del desarme casi total y la derrota, en la que muchos que hoy se callan, cantaban.
En esa época se hacían barricadas.

***

Barricada

Fue una tarea de todos.
Los que se fueron sin besar a su mamá
para que no supiera que se iban.
El que besó por última vez a su novia.
Y la que dejó los brazos de él para abrazar un Fal.
El que besó a la abuelita que hacía las veces de madre
y dijo que ya volvía, cogió la gorra, y no volvió.
Los que estuvieron años en la montaña. Años
en la clandestinidad, en ciudades más peligrosas que la montaña.
Los que servían de correos en los senderos sombríos del norte,
o choferes en Managua, choferes de guerrilleros cada anochecer.
Los que compraban armas en el extranjero tratando con gángsters.
Los que montaban mítines en el extranjero con banderas y gritos
o pisaban la alfombra de la sala de audiencias de un presidente.
Los que asaltaban cuarteles al grito de Patria Libre o Morir.
El muchacho vigilante en la esquina de la calle liberada
con un pañuelo roji-negro en el rostro.
Los niños acarreando adoquines,
arrancando los adoquines de las calles
-que fueron un negocio de Somoza-
y acarreando adoquines y adoquines
para las barricadas del pueblo.
Las que llevaban café a los muchachos que estaban en las barricadas.
Los que hicieron las tareas importantes,
y los que hacían las menos importantes:
Esto fue una tarea de todos.
La verdad es que todos pusimos adoquines en la gran barricada.
Fue una tarea de todos. Fue el pueblo unido.
Y lo hicimos.

Ernesto Cardenal

(De Vuelos de victoria; 1984)

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