martes, 1 de septiembre de 2015

Del destierro



Un tópico de data incalculable. Al destierro le cantaron los antiguos surcadores de desiertos, y los españoles del éxodo y el llanto; los criollos emigrados forzozos, los actuales exiliados del hambre.
Entre ellos, un poco de todos, Emilo Prados. 
Prados nació en Málaga en el año 1899. Fue asiduo concurrente a la Residencia de Estudiantes, donde conoció, entre otros, a Lorca. Realizó estudios de Farmacia y de Filosofía y Letras. En 1922 comenzó sus actividades a cargo de la imprenta "Sur" junto a Manuel Altolaguirre. Allí dieron origen a la revista "Litoral". Perteneció a la Generación del ’27. En 1930 colaboró con la fundación del Sindicato de Artes Gráficas y comenzó a escribir poesía revolucionaria. Se afilió al Partido Comunista, y en 1936 fue colaborador en la dirección de la conocida "Hora de España". Formó parte de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, donde fue uno de los autores de la famosa ponencia colectiva leída en el Congreso de Escritores de 1937. Se desempeñó además como antólogo del popular Romancero General de la Guerra Española. Su obra poética Destino fiel mereció en 1938 el Premio Nacional de Literatura, compartido con Pedro Garfias. Publicó además durante la guerra su Cancionero menor para los combatientes, El llanto subterráneo y Llanto en la sangre. Al terminar la guerra se exilió en París y luego en México como muchos otros intelectuales. En el país latinoamericano continuó con su obra literaria y fue además colaborador de José Bergamín en la Editorial Séneca. Murió en el exilio en 1962, México D.F.

***

ROMANCE DEL DESTERRADO

¡Ay, nuevos campos perdidos,
campos de mi mala suerte!
Ahí se quedan tus olivos
y tus naranjos nacientes;
brilla el agua en tus acequias,
surcan la tierra tus bueyes
y yo cruzo tus caminos
y jamás volveré a verte.
Los tiernos brazos del trigo
entre tus vientos se mueren.
¡Ay, los brazos de mi sangre
son molinos de mi muerte!
No tengo casa ni amigo,
ni tengo un lecho caliente,
ni pan que calme mis hambres,
ni palabra que me aliente.
¡Ay, cuerpos desheredados!
¿Cómo tu cuerpo sostienes,
si al que corta tus raíces
tu fresca sombra le ofreces?
Mal cuerpo me ha dado el mundo;
mal árbol, que ni florece,
ni puede tener seguro
fruto que en su rama crece.
¡Ay, el valor de mis manos!
¡Ay, los ojos de mi frente!
¡Ay, bajo la luz del alba!
¡Ay, bajo la sombra fuerte!
Ya siempre andarán despiertos,
despiertos sin conocerme,
que sólo miran al viento
por donde sus penas vienen.
¡Ay campo, campo lejano,
donde mi color se muere;
nunca encontrarás mi olvido
si he de olvidar el perderte!

Emilio Prados; 
en Romancero General de la Guerra española, 1944

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